sábado, 18 de agosto de 2012

Carta a Honey, mi amada perrita.


Aún recuerdo aquella tarde del 2002 cuando llegaste al departamento. Ni mi madre ni yo queríamos animales en la casa, pero tú con aquella mirada seductora, con un toque de ángel y de una experta manipuladora, hicieron que aquella coraza, que parecía inquebrantable, de guardar respeto, pero a la vez una distancia absoluta ante los animales, se cayera. Ese momento lo tengo grabado como si fuera ayer, porque fue el inicio de una travesía de siete años que me ha dejado los recuerdos del amor más fiel que un ser vivo haya podido ofrecerme alguna vez.

Confieso que era una completa ignorante sobre los animales. Por ello, al día siguiente de tú llegada, cuando todos se habían ido y sólo estábamos tú y yo, no tenía idea de cómo tocarte, cargarte o acariciarte. Existía una mezcla de temor y de ansiedad al hacerlo. Pero, al final de cuentas, creo que tú me ayudaste, porque esa mirada cautivadora y llena de un alma noble,
me daba pie para que me acercara. Desde ese momento se dio aquello que en el lenguaje humano llaman química. Una conexión total que aun cuando ya no estés físicamente, aún siento.


Muchas veces he querido sacar toda esa tristeza y ese remordimiento que me produjo tú muerte física, justo el día de mi viaje a México, pero el sentimiento era y es tan grande que no había podido hacerlo. Sin embargo, hoy, después de ver por segunda vez la película “Siempre a tú lado”, que trata sobre la fidelidad de un perro a su dueño, te he recordado y te he extrañado horrores.

Antes de mi viaje a México, lo que más me preocupaba era el hecho de dejarte, porque sabía perfectamente el grado de nuestra conexión y del amor inmenso que me tenías. Sin embargo, por cosas de la Fuerza Creadora de Luz y de aquello que no nos es posible comprender bajo el prisma humano, y, pese a pensarlo tantas veces, no fue sino hasta una noche antes de mi viaje cuando empezó tú proceso de tú eterna despedida física y fue entonces, cuando de alguna forma comprendí, que el amor entre un ser vivo y otro, puede más que el contacto físico.

Para mí no fue fácil dejar mi país para emprender una aventura que quién sabe cómo terminará, pero fue más difícil iniciarla sabiéndote muerta. Al menos, eso era lo que pensaba. Sin embargo, y gracias a mi querida profesora, la Dra. Magdalena, hoy comprendo que nunca moriste, pues estás más presente que nunca. Es por ello, que en ocasiones te siento. Es extraño, pero sin la presencia de ningún perro a mi alrededor, muchas veces he podido sentir tú olor. Otras veces he podido ver tú mirada, reflejada en los ojos de otros perros y, en otras ocasiones, simplemente puedo comprender situaciones o llenarme de la paciencia que requiero para muchas cosas, con sólo recordar lo paciente que fuiste siempre.


Yo he amado a muchas personas en mis casi tres décadas de vida, tanto en el plano familiar, sentimental o de amistad. También he sentido el amor de mucha gente en mi vida, pero debo reconocer mi amada Honey que no ha habido y dudo mucho que haya un ser vivo que pueda amarme como tú lo hiciste.

Antes de conocerte, al yo escuchar a otras personas contar estas historias, yo me de decía, esas personas están locas y muchas veces me pregunté ¿cómo se puede amar así a un perro? Sin embargo, hoy día puedo comprenderlo perfectamente, porque así lo viví.

El amor que un perro o una perra puedan ofrecerle a quienes ellos consideran su dueño o su dueña es infinito y no tiene ningún tipo de límites y de estereotipos. Los perros y las perras, no saben de no puedo, de no tengo tiempo, de estoy ocupado u ocupada, de infidelidades, de deshonestidad, de vivezas, de maldad, de odios, de mentiras, de dobles discursos, ellos y ellas sólo saben una cosa a la perfección y con eso les basta para vivir y hacernos felices a los humanos. Ellos sólo saben de amor y por ese amor, son capaces de esperar el tiempo que sea necesario hasta que su dueño o su dueña regrese, para recibirlos con la alegría con la que se recibe a una persona a la que no se ha visto en años. Ellos y ellas se alegran aunque su dueño o su dueña se haya marchado hace quince minutos. Por ese amor, son capaces de defender a su dueño o a su dueña con todas sus fuerzas y sin miedo a lo que les pueda ocurrir. Y, por ese amor, son capaces incluso de morir para que no nos preocupemos por ellos o por ellas.

Honey (Izquierda) y su hija Donna (derecha) 


Por lo anterior mi amada Honey, luego de tres años y medio de tú muerte física, te recuerdo con nostalgia y, finalmente, como un paso necesario para mi catarsis emocional, me atrevo a agradecerle a tú alma, donde quiera que esté. Gracias mi Honey por cada momento que me diste. Gracias porque me diste una hermosa compañía. Gracias por estar al pie de mi cama, cada vez que enfermé, mi silente y abnegada enfermera. Gracias por escucharme y por mostrarme ojos de comprensión cuando me sentí triste. Gracias por regalarme tú alegría en cada una de mis llegadas. Gracias por hacerme feliz, aun cuando yo no sabía bien cómo hacerte feliz. Gracias por salvar mi integridad, cuando fue necesario. Gracias por regalarme a la inquieta Donnita, quien mucho me ha enseñado y quien también muchas alegrías me ha dado. Gracias por permitirme tener un mayor acercamiento a los perros y por darme la oportunidad de conocer su nobleza. Gracias por dar la vida por mi paz. Gracias mi amada Honey por tú inmenso amor.

1 comentario:

  1. Asi son los hijos perrunos, dan todo sin esperar casi nada. Siempre con nosotros. Saludines Nelvi

    ResponderEliminar