viernes, 20 de marzo de 2020

Cuando nos volvamos a encontrar



Cuando nos volvamos a encontrar es el título de una canción de amor o más bien de desamor interpretada por Carlos Vives, la cual refleja como una persona que tuvo una relación no la valoró en su momento. La canción expone las promesas de una persona que alude haber entendido lo que perdió, por no valorarlo cuando lo tuvo.  Es una canción que desarrolla el dicho popular que reza: “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.

Durante estos días en que hemos tenido que aprender a vivir con un visitante, que nos llegó sin invitación pero que parece estará en casa por un largo tiempo, se ha puesto la mirada y la atención en muchas cosas, que como humanidad, que crece y se desarrolla en colectividad, pero que estaba viviendo en la alienación individual, habíamos perdido de vista.

La historia nos dice que la humanidad, pese a su privilegio de tener raciocinio es testaruda. Necesitamos tocar fondo, para así revalorar y establecer las prioridades de la vida misma. Hay que vernos sin salida, para reiniciar el disco duro y  empezar de nuevo con la promesa de otras formas de hacer las cosas.

Me refiero a prioridades tanto en lo
individual como en lo colectivo o comunitario. Así, por ejemplo, a nivel individual, la tecnología si bien nos ha aportado, también nos ha desvinculado no solo de las personas cercanas, pareja, familiares y amistades, sino también respecto de la interacción con la comunidad. 

El aislamiento ha permitido que como individuos valoremos el tiempo que no aprovechamos con los seres que nos son importantes cuando nos encontramos en una reunión o en una visita, porque en vez de mirarle a los ojos y conversar de frente, para disfrutar de sus expresiones, nuestra atención está distraída con los estados de WhatsApp o Instagram, con la opinión de una tercera persona en Twitter, con un video juego o bien con el mensaje de alguien que no está presente en ese momento.

El encierro nos ha hecho volver a llamar a esas personas a quienes teníamos en mente, pero que por la prisa de la vida que transcurre con la soltura de un tren ligero, solíamos dejar para después y que, al hacer el recuento del tiempo, teníamos ya años de no saber de ellas.

La cuarentena permite valorar incluso la caminata con el siempre paciente perro que nos espera, aquella que a veces nos pesa cuando regresamos con más cansancio que ganas de salir, luego del trabajo.

La imposibilidad de salir nos lleva a valorar la interacción con personas que no conocemos, pero que sin ellas todo se haría más difícil, porque nos brindan un servicio que nos facilita la vida. Hoy tal vez podamos valorar el acudir a un restaurante y no pedir la comida por mensajería; la sonrisa de un trabajador o trabajadora que te da la bienvenida y que te atiende en un establecimiento; el buenos días de la persona del transporte público o selectivo; la atención de las personas del aseo, la lavandería, la estación de gasolina, y a quien te vende las frutas y verduras en el semáforo. Estos días nos hacen valorar a esas personas que día con día trabajan en la seguridad de comercios, entidades públicas y viviendas, y que muchas veces les pasamos al lado sin siquiera sentir su presencia.

Esas  mismas personas que brindan esos servicios, quizá hoy añoren tener la posibilidad de tener un trato amable con quienes son sus clientes, porque nunca había estado tan de cerca la posibilidad de un caos económico y laboral como ahora. De igual forma, tal vez los taxis, por ejemplo, valoren evitar dejar de dar su servicio con el no voy, por considerar que siempre tendrían a alguien más a quien llevar.

Como ciudadanía tal vez ahora valoremos la organización y la participación colectiva y comunitaria para no solo quejarnos con las personas con quienes convivimos en  casa sobre los problemas que aquejan nuestra sociedad, entre los que están la salud, la educación, la seguridad, los servicios públicos como el agua, la luz e incluso las comunicaciones, sino para exigirle a los gobiernos locales y al gobierno nacional que hagan su trabajo y que destine los fondos para cubrir los servicios que permiten satisfacer las necesidades básicas de la gente.

Quizá ahora la ciudadanía pueda empoderarse y entender que lo público es lo único que en momentos de crisis da respuestas a la población, y que, si estos servicios no tienen un buen funcionamiento, la respuesta ante situaciones de crisis será menor. También, tal vez dejemos de sobre valorar la idea que nos han inculcado de que lo privado es mejor que lo público y entendamos lo que ahora se evidencia, lo privado es negocio y está bien que existan los negocios, pero siempre el negocio y las ganancias estarán por encima de incluso la vida misma y por ello, aquello que sirve para que la sociedad tenga garantizados sus derechos fundamentales debe ser público.

Ojalá ahora podamos entender que cuando hay ciudadanía aglutinada en 4 gatos y gatas (como con frecuencia lo refieren los medios de comunicación social, acompañada de la crítica de la sociedad) reclamando eso que con ligereza llaman la banalidad de los derechos humanos de las personas en situación de discriminación, es porque si no se atiende con equidad y justicia social las necesidades de quienes parten, respecto de la meta de la vida digna de una línea más distante de ella, en situaciones de crisis serán las primeras personas afectadas y las que tienen mayores probabilidades de morir, porque esas personas, en esta crisis específica, no pueden quedarse en casa, pues de ser así no tendrían como alimentarse a sí mismas  ni a sus familiares.

Puede ser que el COVID19 también permita hacernos entender que la desigualdad que viven las mujeres, no es un tema romántico ni caprichoso sino real y que la perspectiva de género debe estar en todas las acciones del Estado, puesto que son  las principales cuidadoras, aquellas que lideran las filas de las familias más pobres del mundo, quienes contribuyen con su trabajo no remunerado a que millones de personas puedan desarrollarse en la sociedad, y que además están en un gran riesgo porque suelen ser la mayoría del personal de salud que se encarga de los cuidados remunerados en calidad de enfermeras, asistentes médicas, entre otras.   

Finalmente, ojalá que este aislamiento y pandemia que derriba los hiper nacionalismos al rebasar las fronteras del mundo y que con un par de gotas de fluidos nos recuerda lo frágil de nuestra humanidad, permita quitarnos la máscara y hacernos ver que vivimos en comunidad, que no somos seres individuales con nuestros super egos crecidos por libros de superación personal, que te dicen que tú lo puedes todo de forma solitaria e individual. Somos una malla hiperconectada de seres humanos, que nos necesitamos para poder funcionar, para poder vivir.

Cuando esto termine y se aproxime la primavera que la canción de Vives nos promete, espero que tengamos una vida nueva que aprender, porque nada volverá a ser como ayer, pues habrá menos gente, algunas personas conocidas incluso ya no estarán. Tendremos además situaciones complejas que enfrentar por la desatención que antes le dimos a lo que debió ser prioritario como comunidad. 

Quiero poner mis pensamientos y esperanzas en que cuando nos volvamos a encontrar, después del #COVID19 asimilaremos y haremos vivas las lecciones que esta crisis le deje a nuestra primaria humanidad.

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