(Palabras dichas en la misa de despedida de mi abuela el 24 de septiembre de 2022)
En estos
momentos en que las piernas me tiemblan, por la honda tristeza que siento,
escucho la voz de mi abuela decir, ¡aplómese “Cuchi”! Era su manera peculiar motivarme
a afrontar pruebas difíciles y de ir siempre hacia adelante.
Desde el
pasado martes 20 de septiembre, que mi abuela cayó con el derrame masivo, las
explicaciones médicas me hicieron darme cuenta que sería el principio del fin
de la vida física de mi amada abuela Pasto, uno de los pilares fundamentales de
mi vida.
Mi abuela
tuvo la cualidad común de las abuelas de consentir a sus nietas y nietos de
forma desmedida. A todas y a todos nos consintió siempre.
Muchas características podría decir de mi abuela en esta tarde. Sin embargo,
me gustaría compartir aquellas que son los legados que en medio de tantas emociones, puedo recordar de primera mano que me dejó. Hoy se las comparto con el ánimo de acercarles a mi experiencia de su vida.Realismo
de la gente sabia
La persona
más realista que he conocido es mi abuela. Tenía la capacidad que solo la
sabiduría puede darnos, de entender cómo son las cosas, de no creer en falsos
optimismos y esperanzas desproporcionadas o bien de exagerar situaciones extremas.
Por el contrario, tenía la capacidad de afrontar las cosas como eran, de buscar
soluciones cuando era posible y de aceptarlas o resignarse cuando no lo era.
Con mi
abuela, hablamos mucho de la muerte. Y
en los últimos tiempos, aunque yo no quería, ella tocaba mucho el tema de la
muerte. Su realismo era capaz de aceptar que el tiempo no perdona y que como
dice la canción del tamborito que más le gustaba, es inevitable que se nos
vaya la vida, porque esa es la verdad, que los años pasan y esos si no vuelven
más.
Hoy ese
realismo debe llevarnos a la resignación y a entender que la muerte del cuerpo
físico es parte del ciclo de la vida y que ella ha pasado a un estadio superior
en el que nos acompañará de otro modo, mediante los recuerdos que tenemos de
ella.
Amor
El amor
que mi abuela nos legó fue un amor presente. Que no solo se dice con llamadas o
con expresiones tiradas al aire o con estar cada cierto tiempo en la vida de la
gente, sino con estar presente siempre, tanto en las buenas como en las malas,
pero también en la cotidianidad de la vida.
Si recuerdo cada vez que me enfermé mi abuela
estuvo allí. Cada vez que tuve una prueba difícil, ella estuvo allí con sus consejos
y sus plegarias a San Antonio, acompañándome. Pero también, en los momentos de
alegría ella estuvo presente. En cada uno siempre estuvo mediante su compañía o
entregándose mediante una actividad que amaba mucho hacer, cocinando sus ricos
platillos, como su famoso arroz con pollo. Esto no era algo exclusivo para mí. Lo hizo
con todas y todos a quien quiso y amó.
Con ella
hablé de muchos temas, muchos de los cuales serían muy controversiales para una
mujer que nació en la década de los años treinta del siglo pasado. Aún así,
siempre me escuchó y yo a ella, y aunque no siempre coincidimos, siempre
respetamos nuestras ideas. Esa también es una forma de amar.
Destaco de
manera particular, su amor por su familia, por sus hijos e hijas, de quienes
siempre sintió un profundo orgullo. De los cuatro (Herasto, mi mamá Nelva, Yiya
y Juny) siempre se sintió orgullosa. Destacando su honestidad, su rectitud, su
humildad y su generosidad. El verles como personas hechas y derechas fue siempre
un motivo de orgullo para ella, porque detrás de ellas y ellos estuvo su labor.
En varias conversaciones que tuvimos, incluso con terceras personas, ella refería
que sentía orgullo de ello. Su trabajo
diario, no remunerado para sacarlos adelante, entendiendo que el estudio y los
valores éticos inculcados en casa era lo que les ayudarían a ello, fue sin duda
algún hecho con y por amor por ellas y ellos, pero también con la clara
convicción de que esa educación les ayudaría a tener un futuro mejor que el que
ella tuvo. En el caso de las mujeres, incluso solía agregar para que no
dependieran de nadie, como ella tuvo que hacerlo.
Fortaleza,
alegría y buena actitud ante la vida.
Mi abuela
fue una mujer fuerte. Con frecuencia hablaba de lo dura que fue su vida de niña
en el campo, sin tener la posibilidad de disfrutar la niñez, sino que tuvo que
trabajar desde pequeña en una familia de 9 hermanas y hermanos. Pese a ello, relataba
como lograba transformar sus vivencias para hacerlas alegres. Pasó por la
muerte de 7 hermanos y hermanas, de su esposo y de su hijo mayor, y de todas
estas muertes se repuso y salió adelante, gran parte de la vida adulta (38
años) viviendo sola. Pero salió adelante
con entereza.
Además,
destaco que casi siempre mi abuela tenía un buen sentido del humor. Y cuando no
era así, yo, con una singular irreverencia que me hacía llegarle por la
relación estrecha que teníamos, le decía alguna broma para que sonriera y se le
pasara el enojo o estado de decaimiento, que no era muy común. Estoy bien, para
que decir que estoy mal si no gano nada con eso. Era una de sus expresiones
sencillas pero poderosas que solía decir. Acompañada de la vida hay que vivirla
y gozarla.
Casi
siempre mi abuela estaba contenta, con una sonrisa, con prisa por vivir el
momento y con una clara conciencia de vivir con bienestar, para disfrutar la
vida de manera digna, sin sufrimiento ni pena. Y así fue hasta el último de sus
días.
Diez
minutos antes que le diera el derrame, como casi cada día hablé con mi abuela.
Ese día ella estaba particularmente contenta, bromeamos, nos reímos y lo último
que dijo fue “Me saluda a mi chef, María
Emilia y a Merlí”.
Me fue
difícil entender la noticia de mi mamá pidiendo auxilio para ayudarla, porque mi abuela estaba desmayada pocos
minutos después. Mucho más difícil me fue verla en un estado de inconciencia.
Aún así, sus ganas de vivir se manifestaron en ese duro momento. Cuando llegué
y le dije ¡abuela! hizo un gran esfuerzo por abrir sus ojos, que curiosamente
dejaron de verse verdes y estaban con color oscuro. Me queda la certeza de que me escuchó. Me apretó
fuerte la mano y no me soltaba, como una forma de sentirse segura, de no
caerse. Incluso, cuando la llevaban en la camilla, con los ojos cerrados y sin reaccionar, se
agarraba fuerte, buscando preservar la vida, para no caerse.
Siempre se
cuidó. Fue una paciente disciplinada, una persona activa, entendía la
importancia de caminar para su bienestar
físico y mental, estaba al día con sus medicamentos y controles médicos, comía
de forma sana. Pese a las dolencias y achaques de “viejo” como decía, siempre
miró la vida con alegría, y así fue hasta el último minuto.
Una vez
sentada junto a María Emilia, luego de que se fractura la cadera, en ese estado
de conciencia y realismo permanente, nos dijo, no sé cuál sea mi futuro pero,
yo creo que Cuchi y María Emilia no me van dejar sola ¿verdad? Ese día su
mirada reflejaba a una mujer que pasaba de ser autónoma a depender, y con la
voz quebrada, pero tratando de ser al menos un poquito fuerte como ella. le
dije nunca la dejaremos abuela. Ella respondió yo lo sabía. Recordé mucho esas
palabras durante esta semana. Y la vida
es como es. No sabía que estaríamos en ese momento último de esta forma. Y a
través de este proceso, que incluyó guardarme el dolor que siento e ir a los
lugares que nunca hubiera deseado ir, como la morgue, simplemente con la idea
de acompañarla hasta el último momento y de retribuirle un poco todo lo que ella hizo y
significó para mí.
Gracias a
mi querida y adorada abuela por estar siempre y sobre todo por todo lo que nos
legó a sus hijas, hijos, nietas, nietos, bisnietos, bisnietas a sus familiares,
amistades.
Incluso,
ella, quien se preocupaba de si un día como hoy la llorarían o si la
recordaríamos, tuvo la audacia de terminar de asegurarse de que esto ocurra
para siempre, no solo por nuestra ricas vivencias, sino también por nacer la
noche buena y trascender el día del cumpleaños de mi mamá, su hija mayor.
Esa
semilla de amor, de realismo y de alegría está en cada una de nosotras y
nosotros, germinando y fructificando. Y puede tener la certeza que hoy todas y
todos sus seres queridos le acompañamos y le lloramos, porque nos duele, pero somos
conscientes que seguirá siendo eterna en cada una de nosotras y nosotros.
Hasta siempre
mi amada abuela.
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