viernes, 24 de julio de 2015

Luz en la calle, oscuridad en la casa y poca responsabilidad de padres y madres.

Días sin escribir. Lo que me motiva volver hacerlo son varias cosas, entre ellas: estadísticas distintas de jóvenes en situaciones críticas que más adelante detallo; y, la experiencia de contacto directo con los jóvenes a través de algunos talleres, que me permite constatar a una juventud con ganas de comerse al mundo, pero también en soledad y con muchos vacíos. A continuación mis reflexiones:

Hay una comunicación que cada día llega menos a buen término entre generaciones distantes, por los años, pero cercanas por la consanguinidad. Me refiero a las comunicaciones engendradas entre  padres – madres e hijos e hijas.

Hablando desde la generalidad, escuchar a los padres y a las madres hablar de sus hijos e hijas adolescentes e incluso de sus hijos e hijas jóvenes – adultos o adultas, es escuchar una película de terror, que suele ser descrita por frases cargadas de una dosis infinita de negatividad y deslealtad  tales como: “Cada día está más rebelde; no va bien en la escuela; no sigue indicaciones; no sé a quién se parece; por el gusto ha estudiado; es un mal agradecido o mal agradecida; no sé qué voy a hacer con él o ella.”

Por su parte, escuchar a
los hijos e hijas hablar de sus padres y madres suele reflejar por un lado, una dosis de un recato y respeto inconsciente, pero presente, ya que suele ser mal visto que un hijo exprese alguna crítica, aún sea real y constructiva, frente a sus progenitores; y por otro lado, refleja sentimientos de tristeza y de vacío de algunos factores primordiales, que en el día a día, parecieron olvidarse: sentirse importantes para los padres y madres, punto de referencia básico y elemental para la vida de cualquier ser humano; sentirse amados por sus padres y madres. 

Ahondar un poco en la juventud, e insisto, solo un poco, porque por regla general en temas tan sensitivos como la familia suelen entregarse muy rápido, permite constar la última afirmación. 

El hecho de que los padres y madres se vean en la obligación de trabajar por necesidad humana (económica y espiritual); o vivan la terrible realidad de lidiar con el tráfico diario; o estén atrapados en la dinámica de las redes sociales y las formas de comunicación instantánea (con los de afuera de casa y no así con los de adentro) vía los dispositivos electrónicos; o al sentirse plenos invirtiendo tiempo en desarrollar actividades extra curriculares, para promover valores, derechos, principios entre otros en la sociedad global y no así a su sociedad nuclear, lleva ineludiblemente al descuido de su principal responsabilidad, aquella que les llenó de ilusión al decidir tener hijos (cuando fue el caso) o conocer por vez primera el rostro de sus hijos e hijas,  cuidar de ellos o ellas y expresarles su amor, base fundamental para la formación de la estructura física y moral de cualquier persona. 

¿Qué consecuencias trae esto? Hijos e hijas carentes de una autoestima robusta; con sensaciones de profundo abandono; en algunos casos sintiendo desprecio hacia sus padres y madres; y seres humanos carentes de amor que probablemente, en edades prematuras, tomarán la decisión de unir sus vidas a la primera persona que les ofrezca una migaja de cariño, afecto y atención.

Soy de la convicción que la vida es sencilla, pero los seres humanos la complicamos. Frases tan simples y sin costo alguno como: te quiero, te amo, ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Cuáles son tus planes? ¿Cómo te fue hoy? ¿Cómo puedo ayudarte? ¡Adelante! ¡Puedes lograrlo! ¡Siempre contarás con mi apoyo! Disculpa (porque los padres y las madres también se equivocan); Asistiré a tu proyecto, evento, presentación, etc., porque me importas, aunque eso implique la cancelación de otras cosas programadas; son tan solo algunas de las pequeñas muestras de afecto que, por un lado, acercan a los hijos e hijas respecto de sus padres y madres; y, por el otro, anhelan y claman a gritos los hijos e hijas  a cualquiera edad. Si no lo creen así, pensemos un momento en nuestras realidades, con independencia de nuestra línea personal del tiempo, y reflexionemos cómo nos sentimos al escuchar palabras similares  de nuestros progenitores.  

Prácticas tan simples como estas, coadyuvarían a evitar los más de 10 mil casos anuales de jovencitas entre 10 y 19 años embarazadas; los miles de jóvenes implicados en hechos delictivos; la gran cantidad de personas enfermas producto del alcohol, las drogas; el nerviosismo (inseguridad para tomar decisiones) y la depresión; la desintegración familiar que se ventila en los juzgados a través de miles de miles de procesos; el rechazo de los hijos e hijas hacia sus padres; el desprecio de los padres y madres expresado a terceras personas, sobre sus hijos e hijas; el abandono de los padres y madres en edad avanzada (solo hay que ver la proliferación de los asilos), porque estos, cuando podían, no regaron la plantita con amor, y por el contrario decidieron ocuparse de  cientos de cosas más importantes que de sus hijos e hijas; entre otras.

Mucho se habla de la juventud; de que ya no es la misma de antes;  del poco respeto de las generaciones más jóvenes frente a sus padres y madres; entre otras,  pero poco se habla de que hasta ese respeto se gana, con amor, con lealtad, con presencia, con cortesía, con carácter y con amistad.
Los hijos e hijas somos el resultado de lo que hubo o de lo que no hubo en el hogar. Es hora ya de dejar de culpar a los productos de hogares sin hogares, y por el contrario, de responsabilizar a quienes son responsables por los actos de la juventud.

No es posible que existan personas reconocidas en un trabajo, en una organización cualquiera sea su índole, en una comunidad, etc., por su sentido de responsabilidad y de compromiso en promover valores sociales, pero, que dejen descuidados sus hogares, para luego hacerse las víctimas por el resultado de un hijo o hija que no ha criado. 

No es posible que sigamos viviendo en ciudades plásticas, doble moralistas y superficiales en donde se sea Luz en la calle y Oscuridad en la casa, y tengamos, por tanto,  sociedades llenas de dolor y de vacíos, que nos traen consecuencias sociales graves y que hoy día estamos viviendo con más delincuencia; más padres y madres pocos preparados para asumir su rol;  más violencia doméstica, no solo entre cónyuges sino también entre los hijos y entre estos con sus padres y madres; más desinterés y menos sentido de vida.

La responsabilidad de tener hijos e hijas y de criarlos implica mucho más que proveer un techo, comida, gastos de escuela y recreación. Dicha responsabilidad conlleva atención, escucha, ejemplos de valores en el hogar, comprensión de las distintas edades y lo que conllevan, respeto y sobre todas las cosas amor. Valdría la pena que como sociedad pensemos en la posibilidad, de que al tener un hijo o una hija  e inscribirlo en el Registro Civil, se lea una cartilla de responsabilidades de los padres y madres frente a sus hijos e hijas, incluyendo obligaciones tanto espirituales como materiales, así como las consecuencias de no cumplirlas.   

Ninguna acción que realicemos de la casa para afuera y no para dentro, por noble que sea, servirá si no se atiende la familia primero. Si no comprendemos esto como sociedad, seguiremos llevándola al precipicio. Pues como bien decía la Madre Teresa de Calculta “¿Qué puedes hacer para promover la paz mundial? Ve a casa y ama a tu familia”.


2 comentarios:

  1. Me sumergi en tu escrito, navegando en la realidad que describes, y lo fácil que es salir de ella, y tener una sociedad conciliada.

    Niños, jovenes y padres con valores y principios. No es difícil aunque parezca una quimera por los comentarios desalentadores que escuchamos por todos los lados. Demos a los nniños y jovenes un mejor mañana. Gracias Nelva Marissa por ese recorderis de lo esencial e importante.

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  2. Me gusta lo que escribes, epro esta página no tiene a penas movimiento de actualidad.

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