martes, 18 de abril de 2017

Por el lugar donde nacemos, dentro de Panamá, aún discriminamos



Ayer que tuve la oportunidad de estar en la Junta del Centro Regional Universitario donde laboro, fui testigo de cómo, materialmente, se da la discriminación por parte de personas de la provincia de Panamá respecto de las demás provincias del país, en todos los niveles, inclusive a lo interno de las instituciones educativas superiores, es decir, desde la institucionalidad.

Toda discriminación genera exclusión de seres humanos, ya sea de sueños, de sus posibilidades reales y materiales, para su auto - realización, de sus derechos, de su desarrollo. Por tanto, ninguna discriminación es justificada.

Mientras escuchaba diferentes argumentos de profesores y profesoras sobre aspectos particulares que se dan a lo interno de la entidad educativa, recordé que cuando compartí nuestra decisión de mudarnos a Las Tablas, mucha gente expresó su alegría. Otros, por el contrario, reaccionaron como si me fuera para un remoto lugar en donde no existía nada. ¿Qué vas hacer allá? Me preguntaron. Respondía yo:
A VIVIR. ¿O es que acaso solo es posible vivir en la ciudad de Panamá?

Aunque soy “capitalina”, cédula 8, nacida y crecida en “la capital” no hay un lugar que desde hace años me haya hecho sentir tan incómoda como lo es la capital de la provincia de Panamá, por su des – humanidad y pérdida de valores en todos los sentidos.

La vida de la ciudad de Panamá no es vida. No es siquiera algo cercano ni próximo a lo que significa el desarrollo. Es un espejismo de crecimiento económico, cargado de sufrimiento de mucha gente, cansancio, miedos, ansiedad, violencia, pobreza en todos los sentidos, suciedad, vacíos y estrés. ¿Se han detenido a ver los rostros de la gente? O ¿Han reflexionado sobre el grado de tolerancia que se tienen en la capital?
Vivir en un país centralizado como lo es la República de Panamá ocasiona que haya menos oportunidades materiales para las provincias alejadas del lugar donde se centraliza la toma de decisiones. Sin embargo, pese a ello, la gente de dichas provincias, aún en el caso que desconozcan cosas que para los “capitalinos” son avance y desarrollo, vive, comparte, práctica diariamente los valores éticos, goza de paz, chatea personalmente, es creativa, pujante y no se rinde ni deprime con un simple resfrío. Eso para mí tiene más síntoma de desarrollo y de calidad de vida que un cúmulo aglomerado de vidrios, arena y concreto.
Reflexionaba en mi trayecto de la universidad a la casa, que cada vez que una persona con ínfulas de superioridad, se expresa (en tono despectivo) de otro ser humano que ha nacido “en el interior del país”, con frases como ese/esa “cholo”, “chola”, “sambita”, “sambito”, “ignorante”, “campesino”, “campesina” u otro epíteto dicho en mal sentido, lo único que expresa es su gran capacidad de discriminar a otro panameño o panameña que con menos oportunidades materiales que quien insulta, logra tener una vida decorosa, posee un sentido de pertenencia respecto de su región y país, práctica la responsabilidad ciudadana día con día y tiene un espíritu alegre y fuerte que no se abate por las grandes distancias que tiene que caminar en ausencia de transporte; o por las esperas que debe tener para recibir atención médica, ya que solo hay un doctor o una camilla; o por el retraso en el inicio de semestre porque no le llegan los docentes a impartirles clases oportunamente; todo esto, porque institucionalmente hay otros que lideran el país que tienen esa misma mentalidad (de quien a pie insulta sin medidas) y no proporciona los recursos de manera equitativa y justa a todos los habitantes de la República.
Es lamentable, pero realmente en Panamá seguimos siendo altamente discriminadores por diversas razones: por sexo, por orientación sexual, por etnia, por nacionalidad, por las creencias religiosas y políticas, y también, tal como me estoy sensibilizando, por el lugar donde naces dentro de la República.

2 comentarios:

  1. Hola Nelva:

    Afortunadamente siempre he sentido un orgullo por mis raíces Coclesanas; son las que me han dado la identidad de dónde vengo; quiénes fueron mis abuelos y antepasados, el legado que le dejaron a esa provincia; la mayoría educadores y autodidactas. Sueño con humildad, poder jubilarme para dejar esta ciudad hostil e irme a vivir al pedacito de cielo que mi familia y Dios me han permitido tener en Valle Alegre de La Pintada. Sigo disfrutando de la simpleza, del sentido común y agradecimiento de la gente de nuestros campos. Permanentemente trato de dar y nunca me ha faltado quien me ayude. Estoy segura que desde tú terruño podrás seguir alcanzando tus sueños y en buenahora que le puedes entregar a tú gente algo de lo que has recibido y que te ha hecho la maravillosa persona que hoy eres.

    Un abrazo,

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    1. Así es Ing. Marcela. Uno debe sentir orgullo de sus raíces y no olvidar de donde uno viene, tanto una como sus antepasados.

      Gracias por su comentario. Sé que pronto va poder disfrutar del paraíso que su familia ha ido construyendo en La Pintada.

      Saluditos

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