Hago una fila, que por lo general está enorme, para comprar el boleto de tres pesos que te permite realizar un solo viaje en el metro. Una vez adquirido, me uno a las cientos de personas que, sobre los andenes, van dando pasos apresurados, otros inclusive van corriendo, como si fuese una competencia en la cual posterior al anuncio de: En sus marcas, listos fuera ya, salen raudos y veloces para ganar el primer lugar; nunca he comprendido por qué llevan tanta prisa, si los trenes pasan cada tres minutos. Sin embargo, el paso veloz de los demás pasajeros te obliga a ir a una velocidad similar.
Una vez llega el tren, todos suben para encontrar un asiento. Algunos los consiguen, pero a los más desafortunados les tocó ir de pie. Se cierran las puertas y empieza la travesía.
Para llegar a mi lugar de destino, debo pasar por diez estaciones. El reloj da las 10:00 a.m. a la hora de mi partida. Decenas de personas acompañan mi recorrido: bebés, niños, jóvenes, adultos, adultos mayores…en fin, gente de todas las edades van sentados en las áreas próximas a mi puesto.
10:02. Hemos llegado a Panteones, la primera estación. Nadie sale, entran cinco personas que ya no encontraron lugar. Segundos después, uno de los nuevos pasajeros, extiende sobre algún espacio que logra encontrar en el pasillo, un costal con pedazos de vidrios. De pronto se escucha un estruendo. El tipo se levanta con la espalda ensangrentada, luego de caer sobre los vidrios y pretende que por tener instintos de autoflagelación los demás pasajeros tengamos que aplaudirle y darle dinero. La escena, me parece repugnante, me incomoda y percibo que no soy la única, ya que en el rostro de los demás noto la misma incomodidad. Al parecer, todos deseamos que aquel hombre se vaya rápido, no queremos ver su cuerpo sin camisa manchado de sangre ni un segundo más.
El hombre se traslada al otro vagón a hacer su presentación en dicho lugar. Algunos de los pasajeros comentan lo ocurrido con gestos y ademanes que demuestran desagrado. Otros, pasan la hoja, pues ya están acostumbrados a ver esa escena.
10:04. Arribamos a Tacuba, la segunda estación. Unos pocos salen otros muchos entran. Se cierra la puerta. Siempre en esa parada sube mucha gente. De pronto se escucha un estornudo, acto seguido un coro casi al unísono que desea ¡SALUD!
Frente a mí, hay dos mujeres con sus bebés en los brazos, una al lado de la otra. Una de ellas, además, tiene a su lado a un niño de unos cinco años, aproximadamente. Niño que no para de hablar en el trayecto y quien con la inocencia característica de esa edad, observa a los dos bebés (niña y niño) y le surge la gran interrogante de si los bebés pueden enamorarse. Los que estamos cerca no podemos evitar sonreír. La madre da respuesta a semejante preocupación del infante y le dice que no. El niño, como era de esperarse, no se siente satisfecho con la respuesta y pregunta ¿Por qué? En eso, del vagón de al lado, se escucha una estridente voz que decía: ¡Llegaron las lamparitas de mano, a cinco pesos! ¡Lleve su lamparita de mano, para esas ocasiones en que se va la luz, a cinco pesos! Ya no pude seguir escuchando la conversación del pequeño curioso. Pero, puedo ver como algunos precavidos deciden comprar una lamparita de mano, para alivianar los recurrentes apagones de esta ciudad.
10:06. Cuitlahuac es la tercera estación. Nadie baja, pero de la puerta de la derecha se oye un ritmo acelerado; y, de la puerta de la izquierda se escucha una música más lenta. Se cierran las puertas. Llegaron dos de los vendedores ambulantes de CD’S piratas. Se saludan con un choque de manos pero, como coincidieron en el tiempo y en el espacio, el de música lenta le da el pase al de música rápida para que promocione su producto, mientras espera su turno. Es curioso como hasta en lo informal existen reglas y normas que sin estar escritas, son entendidas y respetadas.
El de música rápida empieza: ¡Llegaron 190 temas de lo mejor del duranguense, quebradita, norteña, cumbia y jarocho, solo por diez pesos! Mientras anuncia su venta, va pasando las canciones más populares de cada uno de los citados géneros en su equipo portátil. Algunas personas contagiadas por el ritmo, van moviendo sus cabezas, pies y el resto del esqueleto al son de la música. Varios pasajeros se deciden a comprar los discos compactos y, contentos con su nueva adquisición, empiezan a leer los diferentes temas que poseen.
Repentinamente se escuchan canciones como La Cima del cielo, Te amaré, Amarte es un placer, entre otras. ¡Lleve su CD con 100 temas de las baladas o canciones románticas más famosas, a diez pesos! Pregona el vendedor que estaba esperando su turno, mientras algunos pasajeros mueven sus labios cantando parte de las canciones y levantan la mano para adquirir una copia.
10:08. Llegamos a Popotla, la cuarta estación. Se bajan los vendedores de CD’S piratas, aunado a algunas personas, quedando algunos puestos vacíos. Tan solo sube una vendedora de chicles que rápidamente atraviesa el pasillo promocionando dos cajetillas de chicles traident por cinco pesos, pero es tan rápido su paso que pese a que había un interesado, nadie logra comprar ninguno.
Del vagón de al lado se ve venir un señor sin piernas, quien apoyado con sus muslos y sus brazos avanza cantando una canción y pidiendo una moneda como apoyo económico. Tan solo una mano de un señor mayor se extiende para darle dos pesos.
10:10. Colegio militar es la quinta estación. No baja nadie, pero si suben varias personas que ocupan los puestos libres y algunos quedan de pie. Entre los que se encuentran de pie están una mujer embarazada y una señora doblada casi hasta la mitad por su avanzada edad. Dos hombres se ponen de pie y le ceden el puesto.
De pronto, otra voz irrumpe repentinamente promocionando un CD, pero esta vez no de música, sino de un conjunto impresionante de libros de matemáticas, algebra, trigonometría, geometría, etc. Me dije en ese momento, cuánto no hubiera deseado tener el libro del Álgebra de Baldor en un CD, con lo que pesaba el condenado. Sin embargo, nadie compra el instructivo CD. El vendedor se mueve hacia el otro vagón.
10:12. Llegamos a la sexta estación llamada Normal. Nadie baja y solo sube un señor con una guitarra, un tambor y una armónica. Es como el hombre música. Acto seguido se escucha una melodiosa voz conjugada con los referidos instrumentos musicales, generando un sonido casi perfecto. El hombre canta y toca los tres instrumentos a la vez sin perder el tiempo y la melodía. Tres cortas canciones seguidas se escuchan. Al terminar, con el sonido de la guitarra de fondo, invita a aquellos que desean colaborar con una moneda a que lo hagan. Varias manos se extienden y aprecian el talento de aquel hombre, que no ha encontrado más que en los vagones del metro la oportunidad de darlo a conocer.
10:14. Séptima estación, arribamos a San Cosme. Salen varias personas y entra la misma cantidad. A estas alturas el tren va bastante lleno. A los vendedores que ahora le toca es a los ciegos. Van dos de la mano, promocionando un CD con los éxitos del Rey del Pop, Michael Jackson. Quienes van de pie, abren camino para que pasen los vendedores. Estos CD’S han sido tan vendidos, pero aún hay quienes lo compran.
Algo que siempre me ha impresionado es la cantidad enorme de hombres y mujeres invidentes que están vendiendo en el metro. Nunca antes había visto tantas personas con este problema. El cual no parece falso, porque las características físicas de sus ojos blancuzcos dan fe de que realmente están ciegos.
10:16. Llegamos a la octava estación, llamada Revolución. Nadie baja, pero un grupo de 10 muchachos y muchachas de edad escolar suben al metro. Para ellos es una fascinación entrar todos juntos empujándose entre ellos, antes que la puerta les atrape. Se cierra la puerta. Los escolares, felices de la vida, van repartiendo unas volantes de consejos alimenticios para la prevención de la discapacidad física de los niños. Es parte de su servicio social. Allí, en el vagón, bastante lleno, sortean sus cuerpos para pasar cumpliendo su labor.
Sus risas y chistes entre ellos me recuerdan mi período de secundaria. Como lo disfruté.
10:18. Hidalgo es la novena estación. La detesto, siempre está extremadamente llena. En la plataforma de espera, puedo ver, a través de las ventanas, la multitud que aguarda ser transportada mientras observo a lo interno del vagón en el que voy, sin embargo, no encuentro dónde puedan caber tantas personas. Bajan algunos individuos, suben un poco más de los que se bajaron. Se cierran las puertas.
Miro a mí alrededor y observo a las personas que quedan en el vagón en el que voy. Algunos, muchos, aprovechan su recorrido en el metro para leer aquel libro que no pueden hojear en ningún otro momento. No sé cómo logran concentrarse en medio de tanto ruido, pero al parecer van concentrados. Otros tres, van conversando; mientras que un señor que va al lado y que no parece ir con esos tres, está metido en la conversación, viendo de reojo y con la oreja parada para ver qué puede escuchar.
Algunos inclusive aprovechan su viaje para echarse una siesta. Otros van mirando hacia abajo, ya que su timidez les prohíbe mantener la vista alta y chocarse con las miradas que se encuentran al frente, diagonalmente o al lado.
Una pareja de jóvenes enamorados e ilusionados, que va de pie, van besándose apasionadamente como si fuera el último de sus días, sin importarles la mirada de la señora que está próxima a ellos y quien los observa con cara de espanto ni mucho menos les importa la cantidad de personas que allí vamos, sentadas o de pie, pero como sardinas en lata. Ellos, encontraron en ese espacio un lugar romántico, en el cual la endorfina y sus hormonas están en su momento máximo.
Un par de personas más se abstraen de lo que ocurre alrededor de su viaje escuchando música con sus MP3 y sus audífonos.
También va una chica con los ojos llorosos, recordando tal vez una pérdida sentimental o la posibilidad de que esta se pierda.
Y voy yo, con mi mente inquieta pensando en escribir lo que he percibido tantas veces en los vagones del metro, escribiendo en mi mente los hechos más relevantes que en 20 minutos pude percibir al cruzar de un extremo al centro de la ciudad, en una obra humana que en este país, con la cantidad de personas que habitan, es fundamental.
10:20. Bellas Artes, es la estación de mi destino. Bajamos muchas personas y en la explanada de espera, reposan muchos cuerpos aguardando ser trasladados a otros sitios.
En fin, es el metro tal vez uno de los medios de transportes más importantes del Distrito Federal, una de las ciudades más grandes del mundo, pues en poco tiempo logra acortar las largas distancias de esta ciudad.
Encuentran en el metro, una oportunidad de subsistir, los millones de excluidos: niños, jóvenes, mujeres, hombres, ancianos, discapacitados, que no encontraron en el sistema, por las razones que sean, la oportunidad de trabajar formalmente y tener una vida menos desgastante y menos insegura; vendiendo productos que van desde los 5 a los 10 pesos y que adquieren otros - en su mayoría – iguales a ellos económicamente, que no pueden adquirir un producto original, generándose así una reciprocidad de colaboración de subsistencia.
En fin, el metro día a día va cargando miles de sueños, de preguntas, de pensamientos, de deseos, de esperanzas, etc. de la gente, (En un alto porcentaje de los que lo utilizan) más pobre económicamente, pero que poseen – en su mayoría – una gran riqueza humana. Gente que suma un altísimo porcentaje de los seres humanos que con su trabajo y esfuerzo mueven día a día esta ciudad.
Hola.
ResponderEliminarExcelente retrato del metro.
Sentí que vivía todo lo que cuentas.
Buen artículo.
Mexicana.
Muy bueno.
ResponderEliminarDetallado para que el lector pueda transportarse en cada frase que lee.
Me gusto mucho.
Era como si estuviera sentada en uno de los asientos de el metro.
Betzy.
Gracias Mexicana y Betzy.
ResponderEliminarMe da gusto que les agrade.
Se cumplió el cometido del escrito entonces: transportar al lector.
Saludos.
Excelente relato! Solo no entiendo porque te formas en una inmesa fila para comprar un boleto? Y la tarjeta q te di? Era con la finalidad de no esperar en la fila... Besos
ResponderEliminarjajajaja...Toda la razón mi querida Lola.
ResponderEliminarEn realidad suelo olvidarla cuando cambio de bolsa, gracias a mi mente loca y despistada para ciertas cosas.
Pero, ha sido de mucha utilidad.
Gracias.
Saludos!
Estimada Nelva:
ResponderEliminarMe gusto mucho tu relato, la ciudad de México tantas historias desarrolladas en tan útil medio de transporte y bueno me dejo pensando que cada día encuentras nuevas historias de vida en un lapso, lo cual me agrada que escribas esos momentos y sobre todo que lo compartas, te felicito Nelva por tu excelente artículo.
Un cordial saludo.
Celina
Gracias por tú comentario Celina.
ResponderEliminarComo bien dices, en el Metro, se viven muchas cosas en un lapso corto de tiempo. En este ejemplo que expongo en el relato, el tiempo de mi travesía es de 20 mins, tiempo aproximado que me toma llegar de 4 caminos a Bellas Artes. Sin embargo, en solo dos o tres minutos que toma de estación a estación, ocurren muchas cosas.
Saludos :)
Me parece originalismo la forma como se describe la movilización a grandes distancias de la población que se desplaza de un lugar a otro en el metro del DF, en sólo 20 minutos, una de las ciudades de mayor concentración de población en el mundo, el mismo se desplaza a grandes distancias, (sería bueno saber en 20 minutos (10 paradas de c/2minutos, es así?) cuántos Km se recorren) difícil imaginar para quienes vivimos en ciudades pequeñas como la nuestra donde apenas somos alrededor de 1.4 millones y que todavía nos desplazamos en buses diablos rojos; sin embargo, tienen en común que en los mismos se vende de todo, igual que en el metro, proporciones guardadas, adicional se han convertido los diablos rojos en otra de las fuentes de búsqueda de ingresos para personas que tienen problemas de salud, al igual que quienes solicitan el apoyo económico para las organizaciones tipo comedores infantiles y hogares para personas con adicción. Es muy buena la descripción, espero hacer la experiencia.
ResponderEliminarSaludos
Yiya
Tía Yiya,
ResponderEliminarGracias por el comentario.
Las estaciones del metro tienen una duración promedio de 2 a 3 minutos entre cada una. Yo las generalicé poniéndoles 2 minutos, sin embargo, lo correcto sería 2.5 minutos.
El recorrido que el metro sigue, de acuerdo a la ruta que describí en el artículo, es un equivalente de la ciudad de Panamá a Arraiján, es decir, de aproximadamente 12 kms.
No obstante, en una ciudad como el D.F. esa misma distancia/ruta y tiempo, en carro, puede ser de hasta más de una hora, en horas de tráfico, es decir, casi siempre, (Yo en bus me he hecho dos horas) Y, cuando no hay tráfico, el tiempo puede ir de 25 a 30 minutos, aproximadamente.
Con respecto a los vendedores, que es un punto que quise resaltar, por la gran cantidad que hay, sin duda es un fenómeno que también se está dando en Panamá, quizás con menor fuerza que aquí o tal vez pueda que sea proporcional, no lo sé. He quedado con esta inquietud, así que tal vez me ponga investigar las cifras de la Contraloría en Panamá y las del INEGI en México, ya que la economía informal es tal vez el fenómeno social que a mí en lo personal más me ha impactado de esta ciudad, por las dimensiones enormes en las que se vive y creo que inclusive ya es algo que, más allá de un problema económico, que si lo hay, se ha convertido en una cuestión cultural. El metro es una de las caras de dicha economía informal, pero esta existe donde uno mire. Y el problema de esto no es que las personas busquen sus modos de vida, sino que genera desventajas y exclusión con respecto a los que se encuentran en la formalidad. Un ejemplo de estas desventajas, sería el no poseer seguridad social, lo que obliga a las personas adultas mayores a trabajar hasta que mueran.
Considero que la realidad que vivimos en Panamá, en cuanto a la economía informal, es distinta hoy día, no obstante, es posible que con la apertura del mercado, podamos llegar a extremos similares. Pues, de acuerdo a los estudiosos es a raíz de la firma de tratados como el TLC, entre otros, que este fenómeno ha crecido en dimensiones que hoy día, percibo como imposibles de controlar y regular.
Cuando desee aquí estaremos de guías turísticas para hacer el recorrido. Seguramente, que esta es una ciudad interesante para ser vista desde la óptica de la sociología.
Saludos,
Lo de la cantidad de ciegos en el metro, como a usted, también ha llamado mi atención. A decir verdad, hace un par de meses me pregunté si no se estará haciendo algo parecido a lo que narra el chico de la película "Slumdog Millionaire". El sólo pensar en esa posibilidad me pareció terrorífico.
ResponderEliminarY con respecto a que una termina andando al mismo ritmo que los que nos rodean cuando vamos en el metro, a veces me ha pasado, pero luego pienso en que no llevo prisa y reduzco mi velocidad. Como dije, si no llevo prisa.
Hay un dicho simpático, mueve a risa, que dice: "Cuando quieres bajar, no te dejan; y cuando no quieres, te bajan a fuerza."
Remitiéndome a mi niñez, hace más de 20 años, en la parte superior de las puertas de entrada a los vagones pegaban unas etiquetas que decían "Antes de entrar, deje salir". Una forma de ser educados en el metro que se cumplía en aquella época y que actualmente se ignora, por la prisa y porque los mismos operadores del metro tienen que manejar los tiempos de los que usted habla en su artículo. Entonces, los usuarios tenemos que apañárnoslas para poder entrar al vagón aunque en el intento nos llevemos a los que salen. Triste, ¿no cree?
Saludos.
JDS
Hola JDS.
ResponderEliminarGracias por su comentario.
Hay varias situaciones sociales que se viven a diario en el metro, que sin duda alguna son cuestionables. Una de ella la de los ciegos.
Coincido en el hecho de que es desesperante que a horas pico sea una gran odisea entrar y salir del metro, pero pienso que es difícil controlar a 5.2 millones de personas aprox que son las que viajan diariamente en el metro del D.F. máxime por el factor que menciona, del tiempo.
El tema de la falta de educación es generalizado en nuestras sociedades y en el metro es uno de los lugares donde se refleja.
Pero bueno, pese a eso, pienso que es un importante medio de transporte para una ciudad tan grande y numerosa como la del D.F. Porque si con metro, el tráfico en las calles y avenidas es enorme, y las personas pierden una gran cantidad de tiempo en trasladarse de un lugar a otro, imaginémonos como sería sin metro, con 5.2 millones de gentes adicionales en carros y autobuses. Eso pienso que sería aún más triste.
Saludos,
Hola Doctora, excelente relato, entretenido y simpático! Que relatos habrá ahora que subió el precio del boleto y que ya no habrá más vendedores ambulantes, según. Saludos!!
ResponderEliminar