Calor, a veces infernal; ruido en las calles, ya sea por las bocinas de los autos o por la música que no podemos escuchar a un volumen bajo; humedad; queja constante en cada uno de sus habitantes, bien por el gobierno de turno, lo costosa de la canasta básica familiar o la última noticia de los diarios; alegría y fiesta que se manifiestan hasta en la forma de caminar sus habitantes; tráfico de carros incesante y agobiante; paisajes hermosos que superan las tomas de los fotógrafos de postales; frases cortadas, que reflejan parte de nuestras raíces costeñas y caribeñas; una ciudad moderna; áreas lo bastante rurales para pensar en la posibilidad de que en pleno siglo XXI aún existan; pluralidad de razas y de culturas, ya que sobre tú suelo cohabitan: el colombiano, el venezolano, el musulmán, el español, el chino, el judío, el negro, el blanco, el mestizo y decenas de culturas más; derechos laborales conquistados por los trabajadores, que hoy día se mantienen como el trabajar 8 horas diarias, pago en tiempo o en dinero de las horas extras, 1 mes de vacaciones y 18 días de enfermedad justificada sin descuentos salariales; conciencia de darle a cada actividad su lugar y su tiempo: entiéndase familia, trabajo, descanso, relación de pareja y amistad; solidaridad; una mezcla extraña de independencia con respecto a la familia, desde edades tempranas, pero a la vez conciencia de que si la familia o la pareja requieren algo éstas tienen prioridad sobre todas las cosas; hermandad que se expresa a través de la invitación a la casa de los amigos; amistad; olores y sabores que quedan grabados desde la infancia como tinta indeleble, pues no son superados por nada, como el de un buen sancocho, arroz con pollo, buñuelos de maíz nuevo, tamal, gallo pinto, mondongo, tasajo, pescados y demás mariscos bien hechos, entre otros; carnaval;
diablos rojos, nuestros flamantes buses de transporte público, que todo el mundo odia – me incluyo – pero que mal o bien forman parte de nuestra historia; fiestas patrias con sus característicos desfiles; el no voy de los taxistas; el bien cuida’o de quienes están pendientes de los autos; el identificar el término “vaina” con todo; 9 meses de lluvia; gente que no importa lo fregada que pueda estar, pero que día a día se levanta con la frente en alto, mostrando su mejor sonrisa, con entusiasmo, caminando hacia delante; un canal que conecta los océanos pacífico y atlántico y que gracias a ello, servimos al mundo diariamente; mezcla maravillosa de las decenas de tonos verdes de tú vegetación, en la que se alberga una rica fauna y flora, entre las que están cientos de árboles de especies distintas, como aquel que lleva tú precioso nombre, el que te identifica de las demás naciones y aquél, que bajo mi perspectiva, encierra éstas y otras muchas características, las cuales hoy, al estar transitando por tú suelo, después de año y medio de estar lejos de él, valoro y me hacen sentir orgullosa de ser oriunda de mi querido Panamá.
Nelva. Precioso, la verdad es que uno tiende a ver las cosas negativas de nuestro país. Te levantas todos los días y los medios solamente mencionan problemas negativos, la violencia, la basura, la corrupción y no valoramos las cosas bellas que también tenemos.
ResponderEliminarQue tengas un buen viaje, lucha por tus metas, termina pronto y regresa a Panamá.
Un abrazo,
Marcela T.
Querida Ing. Marcela,
ResponderEliminarGracias por su comentario y sus buenos deseos.
Coincido en que solemos ver sólo lo negativo, me incluyo en los primeros lugares de esa lista, pero como usted bien lo indica, es lo único que se nos vende siempre, y pecamos en olvidar que en Panamá y en el mundo en general la mayoría de las cosas son positivas, porque de lo contrario sería imposible sobrevivir.
Un saludo cariñoso,