domingo, 10 de noviembre de 2013

Noviembre: Panamá se viste de patria, de patria joven


Amanece y los intensos rayos del sol acompañan la alegría, la ilusión y el orgullo nacional. Al cabo de un rato, entrada ya la mañana, por un lado, se siente el latir de tambores, bombos, platillos y redoblantes, latir que despierta los ojitos de los infantes, los cuales destellan como estrellas, que en la noche más oscura existente en los sueños más profundos de esas pequeñas almas, brillan, resplandecen, dan luz a su día y quitan súbitamente cualquier rezago de sueño, pereza o flojera que el reciente amanecer les produjo. 
Por el otro lado, adultos, de las más variadas edades, sonríen, y uno que otro grita con la emoción que solo produce aquello que nos identifica como naciones, como país: ¡Ya empezó!
Esa expresión de inicio, de go!, similar a la que suele escucharse en las carreras deportivas,  para dar comienzo a las mismas, pone en alerta hasta al más adormilado de los veedores, y todos se aproximan inmediatamente a la acera, a la orilla o a la cuneta, dependiendo del lugar será uno u otro, para agarrar posición, la mejor posición, y empezar la jornada de ver el desfile que enaltece lo que por años de años nos han transmitido, que se conmemora en esas fechas. Y es que aun cuando la historia repetida en párrafos sucintos de los textos escolares sea transmitida una y otra vez, sin mayores cuestionamientos, como un texto bíblico que en ocasiones puede ser más falso que cierto, hay algo místico, misterioso y etéreo que produce una emoción llena de orgullo, que es única y auténtica, en esos días.  

Ese algo inexplicable e intangible, pero que se siente mágicamente en lo más profundo del ser, logrando que aquello que sentimos se manifieste con reacciones físicas, enchinándonos la piel, con la misma fuerza y magnitud, con la que nos la enchina un enamorado o una enamorada, cuando con la llave mágica para alcanzar en nosotros el estado “de derretido”, nos dicen simplemente un te amo, palabras tan cortas como la letra i, pero que se sienten hasta el tuétano moviéndonos todo el interior, palabras tan pequeñas, como aquella que causa tal místico sentir,  tan breves como la palabra patria.

De pronto, una vez se ha “agarrado” el ritmo del paso marcial, se escucha un sonido, agudo y delicado, tan suave como la trova que cantan los colibrís por las mañanas, dándonos su amable buenos días. La marcha abre paso a jóvenes, en su mayoría del sexo femenino, quienes a través del movimiento rápido y exacto de un "palito de plástico", logran deleitar a su público, sacándoles las más hermosas notas a las liras, instrumento de percusión que en ocasiones, cuando su álgido toque es bien preciso, pareciera recitar con palabras las notas musicales que emanan de ellas.
Un par de compases después, para dar complemento, fuerza y el toque final que permita una completa armonía musical, vienen (en muchas ocasiones), con un paso acelerado e imponente los instrumentos que con ayuda del viento, terminan de seducir y de hacer vibrar, de forma íntegra, las entrañas de los miles de observadores que les admiran. Y es que con el ritmo de los instrumentos de percusión, la fuerza de las trompetas  y clarines, la potencia de los trombones, la sutiliza de los clarinetes, la incomparable melodía del sax y la dulzura de flautines y flautas transversas, se conjugan sueños, anhelos, esperanzas, vida, solidaridad,  y unión, aunque sea por un mes, pero unión, pertenencia y sentido de país. Porque de la misma forma que una banda de música, con instrumentos tan disímiles, unos respecto de los otros, pueden producir una exquisita armonía, así, nuestra diversa sociedad panameña se abstrae por unos días de las duras cotidianidades a las que aquellos que prometieron pintar con colores de bienestar, paz y felicidad al país, la tienen sometida, bajo un funesto color gris.
Tal abstracción generada por melodías patrióticas y populares – acompañada de grupos folclóricos y de la elegancia de batuteras y batallones femeninos y masculinos – es lograda gracias al majestuoso talento de miles de miles de niños, niñas y jóvenes aglutinados en cientos de bandas de música o de guerra, que le muestran al país el resultado de un arduo trabajo y de una disciplinada preparación, que – con el apoyo indiscutible de los tan injusta y constantemente criticados docentes y, por supuesto, de sus padres de familia – durante aproximadamente siete meses, realizaron, para así, en el mes de noviembre, lucirse y rendirles honor a su patria, a Panamá.
Irónicamente, de esos niños, niñas y jóvenes estudiantes los medios de comunicación social no nos permiten saber nada, sino hasta el mes de noviembre, a pesar de que en todos los colegios, luego de las jornadas académicas, hay docentes y estudiantes dedicándoles horas extras, por amor al arte, para la práctica de diferentes actividades culturales, como lo son las bandas de música. Muy por el contrario, de marzo a octubre, tristemente nos enteramos a diario de lo que un minúsculo porcentaje de la juventud hace de forma negativa, según el juzgamiento de la doble moralista sociedad panameña, sin pensar, que aquellas acciones son producto de una sociedad viciada, que no estimula de forma positiva a nadie, menos a los jóvenes.

Sin embargo, durante el 3, 4, 5, 8, 9, 10, y 28 de noviembre, fechas en las cuales se celebra en diversas provincias las festividades patrias, Panamá se reviste de alegría, de sueños y de esperanzas, gracias a los jóvenes que nos muestran el rostro del empeño y del deseo de contribuir de forma positiva a la sociedad en la que nacieron.  Durante esos días patrios, miles de niños, niñas y jóvenes nos dicen a los adultos, no todo está perdido ¡aquí estamos! motivados por la música, la cual nos toca y nos cambia la vida, esperando y confiando que habrán oportunidades positivas para ellos en un futuro cercano y que como ciudadanos y ciudadanas conscientes, les abriremos las puertas para que puedan renovar la fuerza productiva de Panamá.
Durante el mes de noviembre, gracias al tesón, al esfuerzo y al talento de los jóvenes, Panamá, sin duda, se viste de patria, de patria joven. 

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