Hoy en el diario La Prensa de Panamá, leí un artículo de opinión que plasma algunas de las ideas que he tenido en estos días, unas expresadas aquí y otras comentadas a amigos cercanos.
Tales ideas son:
1. La estigmatización y el etiquetamiento que se le hace a los grupos disidentes de los detentadores del poder, a quienes se les tacha con términos despectivos, para que la sociedad influenciada, silenciada y sometida por dichos poderosos, también los tilden con etiquetas falsas y negativas cargadas de desprestigio, con el fin de establecerlos como enemigos. Algo de esto lo toqué en la entrada “Sobre ideologías” y en comentarios sobre “El Registro de Celulares: ¿seguridad para quiénes?
2. Comentaba con un amigo sobre el tema de la penalización ridícula y absurda del cierre de calles en Panamá, a la cual calificaba con tales etiquetas, pues el propósito que le veo a esa Ley es la de intimidar y precisamente causar miedo en la población y queda por supuesto evidenciado el doble discurso del gobierno, porque tal como le comentaba, si se aplica la Ley tal cual, entonces también el Ministerio Público debería empezar a investigar a los políticos cuando hacen sus campañas, y cierran las calles para que se reúnan sus simpatizantes y se manifiesten conforme a sus creencias políticas; o, como decía el escritor del artículo que les citaré a continuación, también se debería llevar ante el Ministerio Público a la Iglesia, por cerrar las calles para la toma de posesión del nuevo Arzobispo panameño. Son solo dos ejemplos, pero hay muchos más.
Es decir, es delito cerrar las calles cuando los protagonistas son los ciudadanos inconformes con las políticas que su representante (ojalá tuvieran más presente este concepto), ejecuta. Pero, no es delito cerrar las calles cuando el protagonista del evento sea parte o la totalidad de quienes detenta el poder. ¿Es que acaso, el bien jurídico que está en juego en ambos casos no es la libertad de tránsito? ¿Qué es lo que está de fondo? Saquen sus conclusiones, mucho se ha hablado en los medios de la persecución a la sociedad civil, en los primeros meses de gestión de nuestro nuevo presidente. No sé si aún quedan dudas pero, por el silencio y el miedo imperante pareciera que aún éstas subsisten.
A continuación les transcribo tal cual el artículo intitulado: Si gana el miedo, perdemos todos, escrito por Paco Gómez, a quien ni conozco, por si las dudas, pero pienso que el contenido de su escrito tiene mucho de cierto en la sociedad panameña y en las que se identifiquen.
¡Saludos!
La Prensa de Panamá
Sección opinión, 20-04-2010
Si gana el miedo, perdemos todos
Por Paco Gómez Nadal
No es nada nuevo. Los arquitectos del poder descubrieron en la segunda mitad del siglo XX y, especialmente después de la caída –o tumbada– del Muro de Berlín, que había que cimentar la catedral del miedo: miedo a los terroristas, miedo a la crisis económica, miedo a perder “lo que tenemos” –aunque lo que se tenga sea un cable pelado–, miedo a la delincuencia común y a los comunes que delinquen, miedo a la izquierda, miedo a Chávez y a sus palabras, miedo a la gordura, miedo a la soledad, miedo la fealdad, miedo del vecino, miedo de lo desconocido, miedo de las profecías mayas y miedo de los besos sin mascarilla, miedo a la enfermedad, miedo al miedo…
En Latinoamérica, hasta bien entrados los 90 el principal miedo era a los comunistas: seres que comían niños, que querían quitarnos todo lo “bueno” que los dictadores de derechas y el Departamento de Estado nos había dado. Sigue inoculada esa paranoia entre nuestra gente, que confunde izquierda con comunistas y comunistas con barbarie. Pero en Panamá, el Ejecutivo de Martinelli está consiguiendo, con cierto atraso, lo que algunos de sus próceres del norte han cuajado con el tiempo: ha provocado miedo antes de que nada ocurra.
Con excesos verbales bien pensados, un par de leyes tan estúpidas como trogloditas y el nombramiento de unos cuantos gorilas acá y allá (como el que califica de poesía todo lo que no le gusta –se nota que no ha leído en su vida nada más que los manuales del Perfecto Fascista Latinoamericano— ha logrado que una buena parte de la sociedad tenga miedo. En los pasillos de la ciudad de Panamá y en las veredas del interior se habla de dictadura civil, se baja la voz para expresar la preocupación por la represión venidera, se huele el miedo a kilómetros. El sindicato comeniños está agazapado en los cuarteles de verano y la sociedad civil se esconde en renqueantes justificaciones dejando que el poder desvíe la atención sobre los asuntos importantes: una corrupción desmedida, una ineficacia en la gestión de lo público monumental, unos delincuentes que asaltan negocios a la luz del día porque saben que la Policía es de mentira y una Asamblea y un orden judicial que parecen más bien una reunión de patio y un desorden inmoral.
El miedo está ganando la partida antes que la realidad. Y ese es el mejor triunfo de estos arrogantes gobernantes de la miseria. No podemos ceder al miedo, hay mucho margen de actuación, de defensa de las esquirlas de esta democracia defenestrada antes de haber madurado. La sociedad civil, ese término ambiguo para definir el todo y la nada, es más amplia que un par de clubes de empresarios y un par de asociaciones más o menos acomodadas. En los barrios hay organizaciones poderosas de base, en el interior cientos de comunidades están organizadas y luchando. Su voz debe ser escuchada pero, para eso, unos cuantos medios de comunicación deben limpiarse los oídos y hacer de altavoces de la dignidad.
Los análisis simplones de la realidad solo alimentan el miedo y la ignorancia. Se sataniza a los maestros, se estigmatiza a los campesinos, se trapea el piso con los ambientalistas, se ignora a los indígenas. Quizá, si le damos la vuelta al argumento, esto ocurre porque el poder le tiene miedo a la gente y eso es esperanzador. Miedo contra miedo, luz contra oscuridad, poesía frente a tongos, palabras contra afrentas, ciudadanía contra carcelazos, ríos libres frente a muros de cemento, alzamiento en almas contra las armas de la torpeza.
[Si nos apegamos a la ley, hoy debería comenzar la condena de monseñor Ulloa y su combo. El sábado y el domingo cerraron las calles del Casco Viejo de Panamá de forma violenta, con vallas de ciclón, policías hasta en la sopa y requisas. ¿La Iglesia católica también le tiene miedo al pueblo? Lleven cuidado con hasta dos años de cárcel por cerrar así las calles. Me gustaría saber si la Policía y el SPI harían lo mismo ante un evento evangélico, de la comunidad indostana o de los afrodescendientes… no creo. El poder siempre ha cuidado a sus aliados]
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