Varias veces agité mis extremidades para refrescarte, cuando cansado de los dinámicos juegos que tenías con tus amiguitos, el sol te agobiaba y te quemaba.
Actué de sostén cada vez que querías dejar tú bicicleta recostada, mientras te plantabas largas horas a conversar con tus adolescentes cuates.
Te presté mis manos y mi cuerpo para cubrirte y servirte de celestino, cuando quisiste darle el primer beso a la señorita del departamento C 605, de modo que no te vieran tus padres, pero sobre todo, para que no te vislumbrara su sobreprotectora madre.
Te ofrecí sombra cuando adquiriste tú primer carro, para que cada vez que entraras en él, lo sintieras fresco y agradable.
Me llené de alegría cuando vi tú primer retoño, porque pensé que así como cuando yo tengo los míos, tú vida estaría más colorida, más bonita y más feliz.
Pero, una tristeza invadió mi tronco cuando días después de que