La entrada de hoy nace en un debate asignado en mi clase de
italiano, en el cual había que defender dos posturas. Una de ellas tenía que
mostrarse a favor de la prohibición del consumo de la marihuana y otra debía
manifestarse en contra de tal oposición y, por ende, a favor de la
liberalización del consumo del cannabis sativa.
La experiencia fue muy buena. Por un lado, porque permite que
practiquemos lo estudiado y soltemos la lengua; y, por el otro, fomenta que los
estudiantes, reflexionen sobre temas de actualidad y externen sus opiniones.
Pero, más allá de compartir en esta entrada mi opinión acerca
del tema objeto del citado debate, me quedé reflexionando sobre cómo la sociedad en general concibe al derecho. Y
es que en la discusión, tanto las posturas a favor como en contra, mostraban
grandes matices de convicción de que con ese conjunto de normas, llamado
derecho, que ante su incumplimiento, puede ser exigible por medio de la
coerción, se solventaría un problema tan complejo como el consumo o no de las
drogas.
Este mismo escenario estoy segura que se puede apreciar no
sólo con este tópico, sino con temas de igual calibre en cuanto a complejidad
como lo pueden ser el aborto, la delincuencia de menores, la violencia
doméstica, y un largo etcétera.
Como abogada, cada vez estoy más convencida que la sociedad,
así como es ingeniosa para crear y construir diversos objetos tecnológicos y
científicos útiles para hacer “más fácil” la vida de los seres humanos, debe de
igual forma, idear y sobre todo poner en práctica acciones alternas al derecho,
destinadas a resolver los problemas sociales que posee.
¿Por qué? Porque el derecho es incapaz de resolver los
problemas sociales. Por el contrario, estoy convencida que los aumenta y los
multiplica.
Así, no es casual que habiendo leyes penales que prohíban el
aborto, las prácticas abortivas hayan aumentado y con ello la cifra de mujeres
– la mayoría jóvenes – que mueren al someterse a métodos antihigiénicos y
peligrosos que se efectúan en un total oscurantismo. Tampoco es accidental que a pesar del aumento
de las penas a los menores en muchos países, las cifras de muchachos jóvenes
que participan en actos delictivos incrementen. Mucho menos es fortuito que
pese a la existencia de leyes internas y convenciones internacionales que
buscan eliminar la violencia doméstica, ésta se haya incrementado en cifras
alarmantes en los últimos años. Y, por supuesto, no es para nada casual que el
consumo y tráfico de drogas haya aumentado tanto, pese a que todos los Estados
del mundo han firmado innumerable cantidad de convenios internacionales y han
expedido un sin número de leyes internas, endureciendo las penas de prisión a
quienes se dediquen a esos actos.
¿A qué se debe esto? Bajo mi opinión y como lo expresé,
porque el derecho es incapaz de resolver los problemas sociales, por la simple
y sencilla razón de que es un constructo del lenguaje que sólo establece marcos
de acción y define lo que de acuerdo a unos ilustres legisladores consideran
que es permitido y que no lo es, pero por sí sólo no resuelve ni resolverá
absolutamente nada, ni siquiera cuando se le utiliza en su versión violenta
y agresiva, es decir, cuando se pone en ejecución
la esfera del Derecho Penal. Pues en este caso, muy por el contrario a lo que
se cree y se piensa, imponiendo penas severas a los que el derecho nombra como
delincuentes no se acabarán ni se solucionarán los problemas, sino, y muy por
el contrario, se aumentarán los niveles de resentimiento y odio del llamado
delincuente, quien al terminar su condena será un total excluido social y un
probable reincidente en actos delictivos.
¿Qué hacer entonces? Sin duda que el derecho tiene su
importancia en una sociedad en la que la consciencia está bastante perdida y en
la que el sentido común es el menos común de los sentidos. Un ejemplo simple de
esta necesidad lo podemos palpar cuando se descompone un semáforo y todos los
automovilistas se embrutecen y por todos querer pasar de primero, obstruyen las
calles, y, aunque pasen horas trancándose unos a otros, a nadie se le ocurre
ceder. Pero, para eso es que debe servir el derecho, para normar, ordenar y
regular ciertos actos que permitan la convivencia humana y cuando esta
convivencia se hace imposible, entonces, inclusive para sancionar. Sin embargo,
siempre como último recurso, nunca como el primero.
Pensar que es el primer recurso, como ocurre hoy día, tanto
por la gente común como por abogados y funcionarios judiciales, es un reflejo
de lo que considero es la consecuencia directa de la comisión de actos
delictivos: la carencia de educación. Pero, no cualquier educación, sino una
educación integral que tenga como balances tanto las materias científicas como
aquellas culturales que nos permiten y nos otorgan un matiz humanitario y que
por tanto, jamás nos impulsarían a hacernos daños a nosotros mismos ni mucho
menos a hacerle daño a otro ser humano.
En este sentido, siguiendo con los ejemplos: si las personas
recibieren educación integral sería mínima la cantidad de mujeres que tuviesen
embarazos no deseados, porque sabrían cómo actuar sexualmente para no quedar
embarazada si así no lo desean; serían mínimos los jóvenes infractores, pues
seguramente estarían en las aulas de clase, aprovechando su juventud, alejados
de vicios y actos delictivos; no habría
hombres maltratadores ni mujeres violentas (que también las hay); y,
seguramente sería mínima la cantidad de narcotraficantes o los consumidores de
drogas, pues la gente sería consciente de que les perjudicaría, tanto a ellos,
como a otros; y, lo más importante, no habría la necesidad de pensar que el
derecho es la panacea o el súper héroe que resolverá los problemas de la
humanidad.
Soy consciente de que es muy idealista creer que un cambio de
estos pueda ocurrir muy pronto, de forma macro, pero en lo que si creo es en
que cada uno de nosotros tenemos la capacidad de ir abriendo los ojos, poco a
poco, y darnos cuenta de que vivimos en una sociedad altamente punitiva y
agresiva que se ampara bajo el marco del derecho para legitimar su violencia.
Esta violencia se va forjando desde etapas tempranas, cuando se prefiere
castigar a un niño o a una niña que explicarle el porqué de su actuar
“incorrecto”; y, en la adultez esa
violencia se ve consolidada cuando a la sociedad les es más fácil encerrar y
dejar en el olvido por varios años a cientos de seres humanos, pensando que con
la expresión violenta del derecho, se resolverán problemas tan complejos como
el aborto, la delincuencia de menores, la violencia doméstica y el
narcotráfico.
En la medida en que unos pocos nos vayamos dando cuenta de
que cada uno tiene la enorme responsabilidad de ir construyendo la sociedad en
la que quiere vivir, este “darnos cuenta” se reflejará en otros, como en efecto dominó y seguramente, tendremos una sociedad
más íntegra, más humana y más creativa, que al momento de que le pidan una opinión sobre posibles
soluciones a alguna problemática social, no pondrá como primera opción o
alternativa, la expedición de una ley, mucho menos si ésta es punitiva.
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