Hace un par de semanas inicié el curso: Escriba y publique su libro, dictado por la Profa. Ileana Gólcher en la USMA. Este es un objetivo que tenía pendiente desde hace un tiempo atrás, pero que por diversas razones, es ahora cuando los planetas se alinearon para que pudiera concretarlo.
El curso es completamente recomendable, por todas las oportunidades de aprendizaje que nos facilita de manera muy amena y abierta la Profa. Gólcher. Además, nos motiva a escribir y a sacar tiempo para ello.
Estaré compartiendo en este blog, algunos de los textos que allí hemos estado construyendo, con diversos objetivos de aprendizaje: describir, crear, motivar la imaginación, entre otros.
Los sueños de Donna
Trémulos como los tembleques de swuaroski que lucen
las ataviadas empolleradas, revolotean en el suelo los sueños y anhelos de la
noble Donna, quien, con movimientos bruscos y hambrientos de juego perenne,
sacude con sus fuertes zancas, los treinta kilos de piel tupida, sedosa y
acolchonada, que recubren a un ser impaciente, audaz, manipulador,
perseverante, bueno y dulce como la miel.
Allí, en ese frío suelo, en una tarde de calor
agobiante, se observa a la bella durmiente, tierna, indefensa, acurrucada, en
la misma posición, que estaba en el vientre de su madre, con las patas que
quieren alcanzarse, hacia adentro, moviéndose de pronto bruscamente, con sueños inquietos y amorosos, como su ser.
Sus ojos, dos resplandores de paz, de vida pura, de
cariño infinito, de la serenidad del mar, están entre abiertos, y dan la
impresión de que ha despertado. Pero la siesta continúa. Es el ritual diario,
al cabo de un par de horas pasadas las doce del mediodía cuando es obligatorio
– para ella – tomar un descanso profundo,
que solo es interrumpido, en el instante que su antena izquierda, la cual
siempre permanece de pie, como asta de
bandera, percibe el sonido de la puerta.
De pronto chilla como bebé recién nacida. Otras veces
balbucea como el anciano de la esquina. En ocasiones, incluso, ladra con el
timbre perspicaz de una chiquilla, que anuncia a sus convivientes que está
divirtiéndose intensa y bulliciosamente.
Su rabo largo y vigoroso, como el látigo que se usa
para fustigar caballos, se mueve esporádicamente, de manera tan afanosa, que
espanta y acaba con las hormigas del área. Su fuerza y rigor en cada
movimiento, son evidencia del cúmulo de energía que aún dormida, guarda la
canina de color café, pese a sus trece julios de vida.
¿Qué será lo que sueña que la estremece tanto?
Seguramente las remembranzas de lo que más le gusta hacer. Tal vez recuerda su
última salida en auto, sintiendo en su siempre fría y húmeda nariz la fresca
brisa con lluvia, con espesor de bajareque que la hacía cerrar los ojitos, para
degustar y perpetuar el momento.
Probablemente se recuerde corriendo de un extremo a
otro del parque, siguiendo a su fiel y amada humana, de un lado al otro, con la
agilidad y velocidad de un rayo, y deja a toda persona que juega con ella,
jadiando, sin aliento, duchadas en sudor, pero con una alegría inmensa en su
corazón.
Quizá por sus sueños caminen los momentos de un relajante
y oloroso baño, que siempre disfruta, cuando el calor acosa el medio día. Esos
refrescantes momentos en los cuales un caño de agua salido de una manguera
verde, recorre el cuerpo musculoso de la cariñosa pitbull con bóxer, acompañado
de un espumoso jabón con olor a almendras, que la deja impecable, elegante y
con la energía recargada para correr de un lado al otro de la casa y dejarla
toda encharcada.
O bien ¿por qué no? A lo mejor lo que la sacude tanto
mientras duerme es el momento cumbre de un día de ausencias, cuando las llaves
de su humana se escuchan a lo lejos, y ella, detrás de un rectángulo de madera
imprudente, espera, impaciente y ansiosamente, que se abra para salir a
saltarle en las piernas, abrazarla, dar brincos de felicidad y gritarle ¡Bienvenida,
te estaba esperando!
Son las cuatro de la tarde y como cronómetro
programado, luego de sus dos intensas horas de siesta, culminan sus sueños y empieza
el estiramiento acostumbrado de sus patas, y con la cara larga, ojerosa y
somnífera, se acerca para saludar, moviendo el rabo y pedir una caricia en su
cara, en señal de buenas tardes.
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