Hace unos años atrás, escuchaba con cierto escepticismo a
amistades cercanas que habían vivido en el extranjero y que referían que sólo
cuando uno estaba fuera de su país de origen, aprendía a valorar lo que uno tenía dentro de su
tierra natal. Muchas veces, durante mi
estancia en México, he recordado esa frase y la he hecho mía con una certeza
absoluta. Podría mencionar muchas cosas características de mi país que durante
estos casi cuatro años de vivir fuera de Panamá, he añorado con vehemencia,
como por ejemplo: la comida, el mar, el verdor natural de los árboles que
tienen la dicha de crecer en una ciudad menos contaminada que otras, el calor, la
alegría propia de la gente, la queja constante, la cercanía de los lugares, y
un larguísimo etcétera.
No obstante, en mi última visita a mi cálido terruño, la cual
– a diferencia de otras – estuvo caracterizada por el descanso y el compartir
con gente querida, me ha permitido reflexionar y valorar algo en lo que no
había caído en cuenta y es el hecho de que aún – pese a los dispositivos
móviles actuales, que en vez de acercarnos nos alejan – mantenemos el arte de
conversar largas horas, sobre diversos temas y a modo de diversión o como
mecanismo de dulcificar el tiempo.
Las tertulias panameñas se desarrollan en
el portal de una casa, en la sala de un hogar, en un taxi o en un carro cualquiera, en un parque, en un restaurante, por teléfono fijo o caminando de un lugar a otro. No importa el lugar, pero se conversa, sin la presencia de una pantalla que motive temas de conversación, sin la existencia de un acontecimiento especial, sin la necesidad de una comilona, se conversa.
el portal de una casa, en la sala de un hogar, en un taxi o en un carro cualquiera, en un parque, en un restaurante, por teléfono fijo o caminando de un lugar a otro. No importa el lugar, pero se conversa, sin la presencia de una pantalla que motive temas de conversación, sin la existencia de un acontecimiento especial, sin la necesidad de una comilona, se conversa.
Se conversan horas, viviendo – durante ellas – todas las
emociones que un ser humano puede experimentar con los diferentes tópicos
objetos de las pláticas, que son vividos a cabalidad, mediante un acto empático
que permite ubicarnos en el lugar de los hechos, rodeados de todas las
circunstancias que los acompañan.
A través de estas charlas podemos remontarnos al pasado de
nuestros ancianos y conocer, a través de sus palabras, las actividades que
realizaban tanto ellos como sus parientes cercanos; podemos aflorar recuerdos
de nosotros mismos y extender, a nuestros oyentes, el conocimiento de nuestra
vida; podemos imaginar tantos mundos como sueños futuros tengamos,
permitiéndonos hacer volar nuestra imaginación; y, tenemos la oportunidad de
compartir nuestras ideas, sentimientos y emociones actuales sin importar cómo
seamos o la edad que tengamos.
Sin duda alguna, que el arte de conversar es una
característica positiva de mi patria, la cual – sin antes haber hecho conciencia de ella,
como un hecho que la hace diferente de otros lugares – nos permite
acercarnos y vivir la amistad y la
familia de un modo diferente, producto del gozo que las tertulias producen en
nuestros corazones.
¡Les invito a conversar!
¡Les invito a conversar!
Hola Nelva, espero que estés disfrutando el reencuentro con la familia y que tus planes en Panamá sean fructíferos recuerda que en México tienes amigos que te quieren y espero que cuando regreses podamos vernos para concluir esa charla que quedo pendiente. Saludos a tu mamá y a tu abuelita.
ResponderEliminarSaludos de Noemí y Lulú