Amanece y los intensos rayos del sol acompañan la alegría, la
ilusión y el orgullo nacional. Al cabo de un rato, entrada ya la mañana, por un
lado, se siente el latir de tambores, bombos, platillos y redoblantes, latir que despierta
los ojitos de los infantes, los cuales destellan como estrellas, que en la
noche más oscura existente en los sueños más profundos de esas pequeñas almas,
brillan, resplandecen, dan luz a su día y quitan súbitamente cualquier rezago
de sueño, pereza o flojera que el reciente amanecer les produjo.
Por el otro lado, adultos, de las más variadas edades,
sonríen, y uno que otro grita con la emoción que solo produce aquello que nos
identifica como naciones, como país: ¡Ya empezó!
Esa expresión de inicio, de go!, similar a la que suele
escucharse en las carreras deportivas,
para dar comienzo a las mismas, pone en alerta hasta al más adormilado de
los veedores, y todos se aproximan inmediatamente a la acera, a la orilla o a
la cuneta, dependiendo del lugar será uno u otro, para agarrar posición, la
mejor posición, y empezar la jornada de ver el desfile que enaltece lo que por
años de años nos han transmitido, que se conmemora en esas fechas. Y es que aun
cuando la historia repetida en párrafos sucintos de los textos escolares sea transmitida
una y otra vez, sin mayores cuestionamientos, como un texto bíblico que en
ocasiones puede ser más falso que cierto, hay algo místico, misterioso y etéreo
que produce una emoción llena de orgullo, que es única y auténtica, en esos
días.
Ese algo inexplicable e intangible, pero que se siente
mágicamente en lo más profundo del ser, logrando que aquello que sentimos se
manifieste con reacciones físicas, enchinándonos la piel, con la misma fuerza y
magnitud, con la que nos la enchina un enamorado o una enamorada, cuando con la
llave mágica para alcanzar en nosotros el estado “de derretido”, nos dicen
simplemente un te amo, palabras tan cortas como la letra i, pero que se sienten
hasta el tuétano moviéndonos todo el interior, palabras tan pequeñas, como
aquella que causa tal místico sentir, tan breves como la palabra patria.
De pronto, una vez se ha “agarrado” el ritmo del paso
marcial, se escucha un sonido, agudo y delicado, tan suave como la trova que
cantan los colibrís por las mañanas, dándonos su amable buenos días. La marcha
abre paso a jóvenes, en su mayoría del sexo femenino, quienes a través del
movimiento rápido y exacto de un "palito de plástico", logran deleitar a su
público, sacándoles las más hermosas notas a las liras, instrumento de
percusión que en ocasiones, cuando su álgido toque es bien preciso, pareciera
recitar con palabras las notas musicales que emanan de ellas.
Un par de compases después, para dar complemento, fuerza y el
toque final que permita una completa armonía musical, vienen (en muchas
ocasiones), con un paso acelerado e imponente los instrumentos que con ayuda
del viento, terminan de seducir y de hacer vibrar, de forma íntegra, las
entrañas de los miles de observadores que les admiran. Y es que con el ritmo de
los instrumentos de percusión, la fuerza de las trompetas y clarines, la potencia de los trombones, la
sutiliza de los clarinetes, la incomparable melodía del sax y la dulzura de
flautines y flautas transversas, se conjugan sueños, anhelos, esperanzas, vida,
solidaridad, y unión, aunque sea por un
mes, pero unión, pertenencia y sentido de país. Porque de la misma forma que
una banda de música, con instrumentos tan disímiles, unos respecto de los
otros, pueden producir una exquisita armonía, así, nuestra diversa sociedad
panameña se abstrae por unos días de las duras cotidianidades a las que
aquellos que prometieron pintar con colores de bienestar, paz y felicidad al
país, la tienen sometida, bajo un funesto color gris.
Tal abstracción generada por melodías patrióticas y populares
– acompañada de grupos folclóricos y de la elegancia de batuteras y batallones
femeninos y masculinos – es lograda gracias al majestuoso talento de miles de
miles de niños, niñas y jóvenes aglutinados en cientos de bandas de música o de
guerra, que le muestran al país el resultado de un arduo trabajo y de una
disciplinada preparación, que – con el apoyo indiscutible de los tan injusta y
constantemente criticados docentes y, por supuesto, de sus padres de familia – durante
aproximadamente siete meses, realizaron, para así, en el mes de noviembre,
lucirse y rendirles honor a su patria, a Panamá.
Irónicamente, de esos niños, niñas y jóvenes estudiantes los
medios de comunicación social no nos permiten saber nada, sino hasta el mes de
noviembre, a pesar de que en todos los colegios, luego de las jornadas
académicas, hay docentes y estudiantes dedicándoles horas extras, por amor al
arte, para la práctica de diferentes actividades culturales, como lo son las
bandas de música. Muy por el contrario, de marzo a octubre, tristemente nos
enteramos a diario de lo que un minúsculo porcentaje de la juventud hace de
forma negativa, según el juzgamiento de la doble moralista sociedad panameña,
sin pensar, que aquellas acciones son producto de una sociedad viciada, que no
estimula de forma positiva a nadie, menos a los jóvenes.
Sin embargo, durante el 3, 4, 5, 8, 9, 10, y 28 de noviembre,
fechas en las cuales se celebra en diversas provincias las festividades
patrias, Panamá se reviste de alegría, de sueños y de esperanzas, gracias a los
jóvenes que nos muestran el rostro del empeño y del deseo de contribuir de
forma positiva a la sociedad en la que nacieron. Durante esos días patrios, miles de niños,
niñas y jóvenes nos dicen a los adultos, no todo está perdido ¡aquí estamos!
motivados por la música, la cual nos toca y nos cambia la vida, esperando y
confiando que habrán oportunidades positivas para ellos en un futuro cercano y
que como ciudadanos y ciudadanas conscientes, les abriremos las puertas para
que puedan renovar la fuerza productiva de Panamá.
Durante el mes de noviembre, gracias al tesón, al esfuerzo y
al talento de los jóvenes, Panamá, sin duda, se viste de patria, de patria
joven.
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