¡Es 24 de
diciembre! Día en que las compras, los preparativos de las cenas, los regalos,
las filas y el tranque están – siempre –
a la orden del día. ¿La razón? Es la víspera de la Navidad. Una fecha
que siempre me ha parecido un poco incongruente, pero que procuro vivirla al
son que me lleve la corriente familiar.
Sin
embargo, para mí, desde que tengo uso de razón, hay una festividad mayor, primordial
y más importante. Hoy, como la tradición familiar lo acostumbra, celebramos juntos y
juntas, la vida de la rectora de la
familia Reyes – Barahona. ¡Sí, la
rectora! Porque aunque prevalezca el Reyes en cada uno de sus hijos e hijas,
nietos y nietas, detrás – como suele pasar – con firmeza, con coraje, con valentía
y con mucho honor, se encuentra una madre ejemplar; adelantada a su época;
sabia e inteligente; llena de...
...alegría y de nobleza; realista, el ser humano más realista que he conocido; sincera; transparente; con carácter y determinación; y con un inmenso y muy valorado espíritu de libertad. Esa madre y mujer, es mi abuela, querida y adorada, Pastora Barahona.
...alegría y de nobleza; realista, el ser humano más realista que he conocido; sincera; transparente; con carácter y determinación; y con un inmenso y muy valorado espíritu de libertad. Esa madre y mujer, es mi abuela, querida y adorada, Pastora Barahona.
Hoy,
aprovecho un pequeño espacio de silencio, de encuentro conmigo misma, para
reflexionar sobre lo bendecida que he sido de poder disfrutar de la vida de mi
abuela. Un ser que más allá del estrecho vínculo familiar que nos une, es un
ser humano que admiro, quiero y respeto mucho. Innumerables son las razones para admirarla,
pero aquí mencionaré las más destacadas, y aquellas que para mí siempre serán
un ejemplo a seguir:
Mi abuela ha
sido una excelente administradora del hogar. El cual estuvo basado en la
justicia e igualdad, pese a muchas circunstancias. Lo que hay para uno, hay para todos. Sin más
ni menos, una medida simple, pero cargada de justicia.
Como madre,
admiro la bonita tarea que realizó, al crear cimientos y bases sólidas en cada
uno de sus hijos e hijas. Valoro mucho, y es algo que siempre digo ante terceros, que la herencia más grande
que mi abuela le ha dejado a su familia,
ha sido la de inculcar en todos sus hijos e hijas, por igual, virtudes y
valores, por los que son y serán siempre recordados.
Mi abuela
es una mujer de mucha entereza. Es increíble su capacidad de entendimiento y
aceptación del ciclo de la vida. Eso, tan fácil, pero tan difícil de entender
para la mayoría de la gente, es lo que a mi modo de ver, le permite ser tan
realista y gozar de una gran entereza, para sobrellevar situaciones difíciles, y, así,
seguir adelante, con mucha fortaleza y con gran entusiasmo frente a la
vida.
Fue y es
una mujer de pensamiento revolucionario y avanzado siempre para su época. Hace
poco, recordaba con mi mamá, el hecho de que cuando ella tenía que ir al
colegio, todos en el pequeño pueblo de Macondo, perdón, de Vallerriquito, “La
República de mi madre”, tenían que tomar la decisión de si podía seguir
estudiando, dado que solo los hombres podían hacerlo. Y recuerdo que mi mamá
afirmó, con mucha seguridad: “mamá siempre quiso que estudiáramos y apoyaba la
decisión de hacerlo”. Sin duda alguna,
que en una época controlada por hombres, en donde solo estos tenían derechos, y
en un pueblo tan pequeño, en donde la labor de la mujer se reducía al hogar, una
claridad de pensamiento como la que mi abuela tuvo, es sin duda alguna una
revolución.
Admiro
también su inteligencia y su capacidad de ser auto –didacta. Cada vez que la miro a los ojos, logro ver en
ellos una mezcla de una profunda nobleza
y de una gran inocencia, que siempre acompaña los ojos de aquellos que, las
circunstancias no les permitieron estudiar, lo que hubieran deseado.
No obstante,
el no ir a un sistema escolarizado no ha sido una limitación para que mi
abuela, muestre siempre su gran capacidad de aprender y de dirigirse en la vida
con sabiduría e inteligencia. Desde niña,
siempre recuerdo que en los veranos en
Las Tablas, por las tardes, mi abuela siempre tomaba un libro y se ponía a leerlo.
Luego de su lectura, contaba algunos episodios aprendidos en los textos, sobre
todo, cuando eran de cuentos del campo, que son sus favoritos.
Esa bonita
costumbre, la mantiene hasta el día de hoy, tal vez sin tanta rigurosidad,
porque el paso de los años se hace sentir en la vista, pero, cada vez que tiene
la oportunidad, toma un libro en sus manos, y con gran entusiasmo se pone a
leerlo.
A través de
la lectura, y mediante la consulta oral, ha aprendido a hacer innumerable
cantidad de cosas, para resolver los problemas cotidianos que, acompañada de la
soledad física en su casa, resuelve con mucha destreza.
Reconozco
también en mi abuela, que es uno de los seres más alegres con los que me he
topado en el camino. No por el gusto, mi sobrina más pequeña recientemente le
compartió con gran sinceridad, lo feliz
que se sentía de que hubiera estado en el cumpleaños de su hermana, porque aunque era la más viejita de la familia, era la más alegre.
Solo hay
que ir a un encuentro con ella, para sentir su alegría al recibirnos. O bien, podemos
disfrutarla tanto en un momento de conversación como al son del repique de un buen
tamborito, el cual, como ella misma dice, hace que se olviden todos los dolores
de espaldas, huesos, u otros que se tengan. Al final, la receta es simple y mi
abuela la ha entendido siempre muy bien, llevar la vida con alegría, sonreírle y
disfrutarla, es una forma saludable y curativa de vivir.
Dicen que
los niños y las niñas siempre dicen la verdad y perciben, como nadie, los
sentimientos y la bondad que existe en la gente. He sido testigo desde siempre,
que no hay niño o niña, por más huraño o huraña que sea, al cual mi abuela no
le robe una sonrisa y que le niegue sus brazos. Y este acto, por más simple que parezca,
refleja el interior de mi abuela Pastora.
Gracias
abuela, por todo lo que nos ha regalado a la familia, tanto a sus hijos, hijas,
nietos, nietas, como biznietos y biznietas. Todos y todas hemos sido afortunados
de gozar y de disfrutar de su compañía y de su amor. Yo de manera particular,
me siento muy bendecida porque he tenido a una abuela consentidora, que cada
vez que voy a su casa me hace sentir muy importante, complaciéndome en todo lo
que me gusta, regalándome sus exquisiteces culinarias, ofreciéndole una plegaria
a San Antonio, porque me vaya bien en todo y mostrándome siempre su alegría.
Todo esto en su conjunto, para mí vale mucho.
Me siento
muy orgullosa de usted, y con mucha alegría y entusiasmo, hoy celebro un día
más de su cumpleaños. Esperando, que la Fuerza Creadora de Luz, siga
acompañándola y bendiciéndola, para que siga a nuestro lado, muchos años más.
Feliz
cumpleaños, abuela, querida y adorada.
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